Sábado, 11 de febrero de 2023 Sábado, 15 de abril de 2023
Escuchar… y pensar en lo que hay debajo de nuestras pisadas. Donde estaban los adoquines está el asfalto y debajo de los adoquines estaban los sueños…
Roberta Bosco
Las ciudades, nacen, crecen, viven, mueren, o lo que es lo mismo las ciudades perecen, cambian, se transforman. Cambian sus estructuras, sus calles y avenidas, su economia, su vida social, su cartografía, cambian el paisaje, incluso la noche y el silencio. Pero por último, resucitan gracias a la presencia de los que de nuevo volvemos a pisarlas. Caminamos por ella sin rumbo fijo, sin complejos, deambulamos de aquí para allá, nos sentimos parte de ella sin serlo, sin vivirla.
Recorrimos tan apresuradamente aquellas calles que nos vieron crecer que no fuimos capaces de apreciar el suelo que pisamos. Era el clásico, y maltratado, adoquín de canteras próximas o lejanas, de técnica artesanal y de sutil riqueza cromática, más allá del gris impersonal que esta llenando nuestras calles, nuestras ciudades, todas iguales para no confundir al viajero. Teniamos una gama que iba desde los grises grafitos hasta los tonos ocres y rojizos, según la zona y la piedra cercana.
Aquel adoquinado nunca fue concebido para soportar tanto tráfico, ni mucho menos para acelerar nuestras vidas. Pero aquel adoquín supo resistir revueltas y guerras, “sous les pavés, la plage”, escribieron un mayo del 68 al descubrir que debajo de los adoquines había arena cuando levantaban las barricadas por las calles de París.
Desde hace décadas las ciudades no solo cambian su estructura física y geográfica, sino también algo tan cerca de nosotros y que pisamos todos los días como es su pavimento. Poco a poco aquellos adoquines que guardaban nuestros sueños han sido sustituidos por el asfalto que nada tiene que ver ni con la calle, ni el entorno, ni mucho menos el territorio que habitamos.
Escribía el profesor de la Universitat Politècnica de València, Ricardo Forriols, respecto a la obra de Vicent Carda que: “…Son las piedras, adoquines y ladrillos de siempre pintados en multitud de cuadros que muestran la ciudad que crece y se moderniza, la ciudad que observa sus calles levantadas en barricadas por movimientos revolucionarios y revueltas obreras; son las mismas piedras de la destrucción de la guerra, las que abren la cabeza como las que se amontonan dando forma a ruinas polvorientas; son el campo de juegos, la zona de parking, la pista de baile y el escenario por donde pasa la vida cotidiana…”
Las de Vicent Carda, sus piedras y adoquines reales (granito, rodeno), dibujados o figurados (jabón de sosa, carbón de coco), esgrimen esa misma condición que exige la reconstrucción del pavimento temporal que a veces fue un plano, un mapa, el terreno de batalla.
“Son adoquines reales que imposibilitan que nuestras ciudades, incluso las del recuerdo, se conviertan en ciudades invisibles. Piedras que recuerdan la sencillez del juego en su color de tiza, en la trama de la rayuela. Dibujos que asumen el registro, la textura a modo de frottage del calco de los días. Y la parte dura, la que hace suelo, una toma de tierra directa que configura la cuadrícula sobre la que disponemos de nuestras vidas nerviosas —como dijo Georg Simmel— en nuestras ciudades eléctricas. Son piedras como nosotros”.
El pasado como relato de descubrimiento de nuevos horizontes. El presente como necesidad de recopilar el deambular por geografías lejanas y ahora próximas. Cartografías de ciudades y paisajes que han dejado huella en la propia conciencia. Vivir, pisar la tierra como una experiencia de enriquecimiento, de descubrimiento, y al mismo tiempo de memoria.